Variaciones sobre variaciones: Las Goldberg del Garnati Ensemble
¿Cómo puede un menú alternar sabores tan barrocos e historicistas, tan vanguardistas a lo posmoderno, tan románticos decimonónicos y hasta, digámoslo así, algún recuerdo de eso que llaman músicas del mundo? Pues los miembros del Garnati Ensemble conocen la receta, y las Variaciones Goldberg que cocinan resultan ser una alucinante explosión de sabores, se miren por donde se miren, o se escuchen, o se degusten, tras al azar pulsar cualquiera de sus pistas. Los hermanos Martos —Pablo al violín y Alberto al chelo—, y el violista Yuval Gotlibovich firman uno de los mejores discos crossover de los últimos tiempos, tanto por su planteamiento desmelenado como también por su ejecución, de un impresionante despliegue técnico.
No hablamos de una mera transcripción tímbrica o de un único y unívoco cambio de lenguaje. Hablamos de un todo sinérgico —y lisérgico— compuesto por tantas variaciones estilísticas como variaciones originales había, multiformes ya per se. Hablamos de un bestiario de fantasías, de un vademécum de la diversidad, de un epítome del arte de desgranar detalles. Cada movimiento, antes comentario que arreglo, se presenta pues con una propuesta diferente, un pulso, una voz interior, una atmósfera, un proceder, una forma de usar el arco, y así es como viajamos por tantas épocas en esta afirmación gozosa de bachiana intemporalidad.
Sobresale verbigracia la séptima, devuelta la abstracción de las gigas al terruño de lo rústico, percusiones mediante. Algunas suenan orquestales con solo tres voces, del legato soberbio la culpa, del fraseo imponente, de la enorme toma de sonido. También las hay minimalistas, puntillistas, impresionistas, etéreas. Y entre unas y otras se asoman Mendelssohn y Mahler, Debussy y Bartok, Schnittke y Kurtág, Berio y Glass... Goebel y Gould.
Todo ello, o todos ellos, a través de la metamorfosis constante de un excelso camaleonismo interpretativo, aquel capaz de oscilar de la fluidez al marcato, del punzar metálico a la caricia, del glissando al pizzicato, de las soldaduras más certeras a las heterofonías más sutiles, de las lloviznas a las cascadas, del desbocar al empaque, de la articulación a la neblina, de lo difuso a lo nítido, del pisar al flotar, del instante a lo eterno.
Artículo publicado originalmente en Scherzo por el autor de este blog. Pasados los años, comprueba este bien feliz el éxito que han tenido Gotlibovich y los hermanos granadinos con su Playing Goldberg. En torno al minuto cuarto del vídeo, subido por Pablo Martos, tenemos la mentada giga y el aria da capo final; pero no dejéis de escuchar la entrevista previa.
Sobresale verbigracia la séptima, devuelta la abstracción de las gigas al terruño de lo rústico, percusiones mediante. Algunas suenan orquestales con solo tres voces, del legato soberbio la culpa, del fraseo imponente, de la enorme toma de sonido. También las hay minimalistas, puntillistas, impresionistas, etéreas. Y entre unas y otras se asoman Mendelssohn y Mahler, Debussy y Bartok, Schnittke y Kurtág, Berio y Glass... Goebel y Gould.
Todo ello, o todos ellos, a través de la metamorfosis constante de un excelso camaleonismo interpretativo, aquel capaz de oscilar de la fluidez al marcato, del punzar metálico a la caricia, del glissando al pizzicato, de las soldaduras más certeras a las heterofonías más sutiles, de las lloviznas a las cascadas, del desbocar al empaque, de la articulación a la neblina, de lo difuso a lo nítido, del pisar al flotar, del instante a lo eterno.
Artículo publicado originalmente en Scherzo por el autor de este blog. Pasados los años, comprueba este bien feliz el éxito que han tenido Gotlibovich y los hermanos granadinos con su Playing Goldberg. En torno al minuto cuarto del vídeo, subido por Pablo Martos, tenemos la mentada giga y el aria da capo final; pero no dejéis de escuchar la entrevista previa.



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